PRINCIPIOS

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domingo, 20 de abril de 2014

El Enojo



Lo que nos enoja de cierta actitud de alguien o lo que nos molesta de una determinada
 situación que nos toca enfrentar, es que nos muestran, tal como si fueran un espejo,
 un rasgo o un conflicto que en realidad es nuestro, que forma parte de nuestro
 mundo interior.
La situación o la persona que nos enojan, recrean frente a nosotros una característica 
propia, de nuestra personalidad. Pero no una característica cualquiera, sino una con
 la que no estamos conformes, que nos resulta especialmente desagradable y a la que
 combatimos en nosotros mismos. Este proceso por el cual vemos “afuera” rasgos o
 conflictos que llevamos “adentro” se conoce como proyección, pero no es precisamente algo nuevo.
La novedad es que podemos sacar provecho de estas situaciones o personas que tanto
 nos afectan, porque nos permiten descubrir aquellas características nuestras que nos
 disgustan profundamente o aquellas actitudes injustas o desconsideradas que tenemos
 hacia nosotros mismos y que tanto dolor nos provocan.
Siempre, sin excepciones, lo que nos disgusta ver “afuera” tiene su equivalente
 en nuestro mundo interno, donde no podemos verlo fácilmente. Y si odiamos 
eso que vemos afuera, también odiamos a esa parte nuestra a la que tanto se 
parece.
Y para reconciliarnos con nosotros mismos, para aceptarnos, para querernos, para
 aumentar nuestro nivel de autoestima, es necesario que conozcamos estas características
 que consideramos negativas, que entendamos que corresponden a un cierto estado de
 evolución o de aprendizaje en el que nos encontramos en este momento, que las 
aceptemos con tolerancia y comprensión, y que nos amemos profundamente aún
 teniéndolas, de la misma manera en que nos resulta muy fácil amar a un niño aunque,
 lógicamente, también él tenga que completar su evolución y aunque todavía le queden
 muchas cosas por aprender.
Comprendido este proceso, identificado el verdadero origen de nuestro enojo, ya no
 resulta posible sostenerlo por mucho tiempo. Tenemos por delante, entonces, un nuevo
 desafío, mucho más estimulante que el de combatir (sin posibilidad de éxito) contra la
 realidad, y mucho más agradable que el de tratar de obligar a los demás a que se
 ajusten a nuestras exigencias. Es el desafío de amarnos, de amarnos incondicionalmente.

Y perdonar, entonces, es muy fácil. Es la lógica consecuencia de comprender que nunca
 existió la ofensa que habíamos percibido. Que el dolor experimentado era real, sí, pero
 que la herida nos la habíamos infringido nosotros mismos, mucho tiempo atrás.

Axel Piskulic

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